16/4/10

Cuentos falangistas

Cuentos falangistas

Se podría pensar que durante muchos años, y hasta el proceso judicial contra el juez Garzón, el falangismo español ha mantenido un perfil relativamente bajo en la sociedad, en acorde con su debilidad en las urnas. En las elecciones generales de 2008 el FE de las JONS recibió 13.413 de los votos, un 0,05%. Fue la vigésimo sexta lista más votada.

Pero la expresión electoral no corresponde, como ha quedado claro, con la fuerza de ideologías falangistas en la sociedad española. La razón por este aparente desajuste no nos debería sorprender: el falangismo ideológico ha encontrado su sitio relativamente natural dentro del Partido Popular, desde donde se puede trabajar con más efectividad. Sólo así se puede explicar la presencia de jueces de pensamiento falangista en los organismos judiciales con poder de decisión, nombrados en muchos casos por sucesivos gobiernos del PP.

Aún así, para muchos la visualización del falangismo español a través del caso Garzón ha representado una sorpresa. No ha sido difícil identificar ciertas posturas de derechas con el ideario clásico del falangismo, pero normalmente esta identificación no ha ido más allá del uso del adjetivo “falangista” para fines retóricos de la izquierda.

Todo esto me viene a la mente en relación con mi posterior entrada en el blog sobre la xenofobia como arma política dentro de las coyunturas electorales. Mis reflexiones venían de lejos, o al menos no eran de génesis reciente, ya que en el periodo previo a las elecciones municipales de 2007 asistí a un acto vecinal en el barrio de Poble Sec que se convirtió en un alegato de posturas falangistas, con cierta complicidad de los organizadores, la Unión de Asociaciones de Vecinos del Poble Sec.

Me refiero a una reunión pública que tuvo lugar en mayo de aquel año para “informar” sobre la propuesta de abrir una mezquita en la calle Piquer, no muy lejos de mi casa. Después de aquel acto escribí una carta que envié a algunos periódicos y que no llegó a publicarse, que reproduzco a continuación.

La Unión de Asociaciones de Vecinos no contó con la presencia de ningún representante de la comunidad musulmana en el acto. Habló, eso sí, un señor de un país árabe (creo que dijo ser de Siria), pero que seguramente era de religión cristiana. Los interlocutores principales, después de los que se encontraron en la mesa, fueron algunos jóvenes que hablaron con el estilo y la retórica del populismo falangista, con un lenguaje incendiario pero trabajado, sin llegar a ser culto; uno hasta dijo que su mujer era de Marruecos, una mentira calculada (los falangistas no son racistas, o así insisten). Asistieron centenares de personas, con algunos comerciantes del barrio que reconocí—algunos conocidos militantes o simpatizantes de Convergència i Unió—pero el acto fue unicolor, y el contenido fue mucho más allá que una discusión técnica sobre los méritos de la propuesta.

Como comenté en mi carta, sólo tres personas hablaron a favor del derecho de los musulmanes de tener un lugar de culto en el barrio donde viven. El caso del cura de la parroquia de Sant Pere Claver fue ejemplar, y no sólo por la integridad y ecumenismo de sus palabras en un ambiente que dijo defender principios católicos. El discurso de este señor fue constantemente interrumpido e increpado, mientras que después del acto tuvo que escuchar de sus propios parroquianos comentarios del tipo “a los moros tenemos que matarlos todos”.

Salí de aquel acto impresionado por la capacidad de manipulación de los líderes vecinales y la extraordinaria disposición de los asistentes a alinearse abiertamente con posiciones de carácter claramente falangistas.

Dos días después del acontecimiento el líder del Partido Popular en Barcelona, Alberto Fernández Díaz, organizó un acto en el barrio donde reiteró posiciones expresadas en aquella reunión.


A continuación reproduzco la carta que escribí en aquel momento, con fecha del 24 de mayo de 2007:

Una mezquita en Poble Sec

En la reunión vecinal convocada para debatir la instalación de una mezquita en el barrio barcelonés de Poble Sec, yo fui una de las tres personas que hablaron a favor.
Y lo hice citando la Constitución Española, que otorga libertad de religión a las gentes baja su jurisdicción. Si la religión de mis vecinos requiere un lugar de encuentro y oración, y hay números suficientes de creyentes para justificar un lugar de culto cerca de sus casa, todo lo demás debe reducirse a temas meramente técnicos, como ocurre con los bares, las guarderías o los colmados.
Me abuchearon, pero no tanto como al párroco quién recordó a los asistentes las frases relevantes de la Declaración Universal de Derechos Humanos. En un encuentro que las asociaciones de vecinos convocantes tenían la desfachatez de llamar “asamblea informativa”, la voz de nuestros vecinos musulmanes fue totalmente silenciada, mientras que más de la mitad de las intervenciones tenían un contenido claramente racista y/o xenófobo.
Un joven militante de un movimiento de la ultra-derecha nos brindó con un discurso incendiario que ni el propio Le Pen se atrevería a pronunciar. Pero así son las cosas: los curas recurren a los principios laicos, los extranjeros recordamos a los españoles cual es el marco legal que rige nuestra vida comuna, y los líderes vecinales aprovechan de la coyuntura electoral para atentar contra la convivencia entre vecinos (uno, con bastante hipocresía, dijo al final sentirse “avergonzado” por lo allí ocurrido, como si no hubiera tenido nada ver).
Quiénes salieron más contentos, junto con los partidos políticos que han cazado votos en tales cotos, fueron aquellos defensores de valores preconstitucionales que recibieron el máximo de aplausos, ya que vieron como el discurso del odio y la sinrazón guarda un gran futuro en los humildes barrios de este país.

Atentamente,


Jeffrey Swartz