Esperanzas para la cultura en común
En el plan de choque de Barcelona en Comú (para los
primeros meses de mandato), avanzado por la alcaldable Ada Colau como condición
de futuros pactos, no se menciona la cultura. O bien, para precisar, no se habla
del marco cultural tradicionalmente concebido, identificado con actividades
sectoriales como el arte, la música o el teatro. Y me parece bien. Incluso para
aquellos con vínculos corporativos en la cultura, eso no debería constituir un
problema, ya que lo que quieren muchos activistas culturales es vivir en una
sociedad justa, sin privilegios heredados por razones de clase o poder
económico, sin enchufismos y corruptelas, con igualdad de oportunidades, sin
discriminación a las culturas minoritarias, y con servicios esenciales de
educación y salud públicas accesibles a toda la población. La cultura también
sabe diferenciar su interés particular, nada menospreciable, de las necesidades
prioritarias en un momento crítico que ha durado ya años.
Cuando sólo se sabe hablar del IVA cultural, ignorando
los gravámenes impositivos sobre bienes básicos de subsistencia que aún así están
fuera del alcance de muchas personas, la cultura pierde mucho crédito.
En otro marco cultural, quizás más sincronizado con
proyectos de transformación social y crítica sistémica, la cultura ya no se
concibe en términos de vanguardias de excelencia burguesa dedicadas a sus
creaciones y sus públicos. Importan menos los equipamientos y programas con recursos
públicos—museos, teatros, festivales, ferias—erigidos para reforzar la
proyección de la imagen del lugar en cuestión. Una cultura que franquea la
barrera entre edades, abarcando también las creaciones no-profesionales, y que
incluye la educación creativa básica y especializada, identificándose con
realidades vinculadas a la cooperación creativa y descentralizada a medio y
largo plazo, es una cultura que se acerca más al programa del partido ganador
de las municipales de Barcelona.
La
cultura en el plan de choque
En el plan de choque hay dos puntos que se aproximan
oblicuamente a cuestiones culturales. En la tercera sección, “Revisar privatizaciones
y proyectos contrarios al bien común”, se habla de proyectos opacos llevados a
cabo sin debates abiertos, y sin beneficio real para los intereses comunes.
Aunque no es su intención directa, eso sería aplicable a una parte substancial
de los proyectos subvencionados por el ICUB, como festivales ya solventes que
quitan recursos a otros más arriesgados. En la sección 4, “Hacer limpieza y
acabar con los privilegios”, se habla de poner fin a subvenciones no
justificadas y acabar con las malas prácticas. Aquí también se podría
extrapolar una renovación de la labor del ICUB y sus órganos afines, como el
Consejo de la Cultura.
Aún así, aceptando que los principios generales de
Barcelona en Comú se tendrían que aplicar también a la cultura, la renovación
cultural de la ciudad no está garantizada. Las razones son diversas. La más
obvia, dada la necesidad de pactar, es la más que probable decisión de regalar
el ICUB y con ello la cultura de Barcelona a otro partido, para así asegurar
aquellas otras regidorías consideradas más troncales. ERC tiene el actor Juanjo
Puigcorbé en el segundo lugar de su lista. Si se trata de conseguir el apoyo de
un partido pequeño burgués que ha facilitado las políticas antisociales de CiU
en la Generalitat, darles cultura, donde molestarían menos a la implementación
de políticas esenciales, podría tener sentido. Siempre que no se proponga
volver a personas y prácticas vinculadas al ICUB menos comprometido de los
últimos años.
El
sacrificado, la cultura
El modelo de sacrificar la cultura por parte del gobierno
minoritario de turno ya se vio cuando el PSC disasoció el ICUB del regidor hace
algunas legislaturas. El gesto de desprenderse de la cultura se repitió con la designación de Joan Manuel Tresserras,
de ERC, como Conseller de Cultura del tripartito (donde tampoco supo articular
un proyecto cultural asociado con el ideario de su formación, por suerte). El
PSC se quitó la cultura de por encima a medida que se iba apartando a los
sectores ilustrados y catalanistas asociados con Maragall. Barcelona en
Comú parece estar en posición de repetir una fórmula parecida, aunque por motivos propios.
Entonces y ahora, el problema con dicha fórmula es que
parece significar que la cultura, siendo o un juguete de la burguesía o bien el
palo de la senyera identitaria, no importa como factor vehicular en la
transformación de la sociedad. O sea, que se la otorga un estatus entre neutral
e inocuo, para así centrar el proyecto social en otros entornos. Por eso, no
forma parte de ningún plan de choque. Las posibles consecuencias van de su
intensa burocratización, al dejarla en manos de técnicos ajenos a la creación,
a su ultra-liberalización, que aquí significaría privilegiar a ciertos
bienaventurados empresarios privados. Este doble resultado neo-liberal
funcionarial describe el estado actual de la cultura en Barcelona después de 4
años de Trias.
La gestión independiente de l'Ateneu Popular de 9 Barris es una referencia para Barcelona en Comú
Otro motivo por dudar de la política cultural del partido ganador serían los indicios de timidez en el programa cultural de Barcelona en Comú (más adelante tendremos que matizar esa aseveración, a base de algunas declaraciones pos-electorales y documentos de base). Aunque parece corresponder a un ideario radical, no hay un solo punto en el programa no asumible desde la democracia social más generalista. Parece que estamos en el marco nórdico de los años 70, pero en versión light. Descentralización, honestidad, flequillos de auto-gestión y cooperativismo--y la subvención bien intencionada en busca de complicidades.
Debilidades
culturales en común
Lo más decepcionante es que en el programa publicado no se articula un marco conceptual en
línea con los detalles. Falta sobre todo dibujar el sujeto cultural, para así delinear la base de acción. Se podría resumir el marco conceptual de una política cultural transformadora y social de esta manera: que toda persona o colectivo tendría el
derecho y el acceso a los recursos para poder formarse en todas las edades, y
participar creativamente en la creación desde la óptica o realidad que les
parezca válida, además de poder acceder como espectador o asistente a la
cultura tanto popular como de excelencia, sin discriminaciones. Y que la
concepción y gestión de una política capaz de facilitar tal marco tendría que
también contar, desde el principio y de manera continua, con las personas involucradas, o sea, de todo el mundo.
En línea con este marco, el programa de Barcelona en Comú está bien articulado y coherente en las áreas de educación cultural, descentralización de servicios culturales, participación en órganos de decisión y cuestionamiento de la mercantilización y "industrialización" de la cultura. También enfoque bien el problema de la cultura al servicio de un modelo de turismo agotado.
En línea con este marco, el programa de Barcelona en Comú está bien articulado y coherente en las áreas de educación cultural, descentralización de servicios culturales, participación en órganos de decisión y cuestionamiento de la mercantilización y "industrialización" de la cultura. También enfoque bien el problema de la cultura al servicio de un modelo de turismo agotado.
Daré dos ejemplos de donde hace falta reforzar la articulación
conceptual en el programa de Barcelona en Comú para así facilitar programas de acción. Primero, la cultura sigue
siendo demasiada unitaria. Aunque se menciona la realidad cultural de
las personas inmigradas, el programa es algo tímido a la hora de fomentar la pluralidad real
o la excepcionalidad cultural a base de ellas. Se enfatiza la pluralidad y diversidad cultural más bien en función de clase social y memoria histórica (de las clases populares, se sobreentiende). De las propuestas concretas para
Ciutat Vella, increíblemente, ninguna menciona la aportación de la cultura
inmigrada a la variedad autóctona, su posible diálogo, y la validez de poder
decir que sus múltiples memorias culturales y sociales también forma parte de
la barcelonesa. O bien, estas políticas están relegadas al apartado de inimigración, que es una manera de marginalizarlas. Seria mejor habla de culturas, que por definición significa también contrastes y incluso conflictos, para así reconocer las
discriminaciones y las hegemonías, los márgenes y los centros. Hay personas en
Barcelona que no tiene el derecho de reconocerse en el sentido cultural. En la
misma línea, no se habla en el programa cultural (aunque algo más en el programa de géneros) desde la crítica a las estructuras
patriarcales de la cultura dominante (el programa cultural de Barcelona en Comú
carece de género, suele confiar en la modernidad ilustrada unisex).
Otro tema que me parece importante es el grado de cambio planteado a base de las transformaciones estructurales. Me refiero
aquí de la necesidad de reformar y redibujar el Consell de Cultura del
ayuntamiento, junto con las comisiones delegadas, rancias y con olores de
amiguismo inaceptables. En sus declaraciones del día 26 de mayo en La Vanguardia, Javier
Rodrigo da señales positivas en este sentido. Rodrigo ha investigado la
cuestión del cooperativismo en la gestión cultural de base, y conoce bien el sector. El diario le
atribuye la prioridad de enfocar “la transformación del Consell de la Cultura en un auténtico órgano mixto de
decisión vinculante de las políticas culturales del Ayuntamiento”, para a
continuación decir que “a partir de ahora no sólo será vinculante sino clave en
la política cultural del Institut de Cultura de Barcelona (ICUB) y contará asimismo con participación ciudadana.” Estoy plenamente de acuerdo, pero creo que se queda corto, ya que en seguida le citan diciendo que "no queremos imponer un cambio radical, sino ver lo que ya existe y reforzarlo." El ICUB, el Consell, y las Comisiones Delegadas, entre otras, requieran soluciones de fondo, radicales por decirlo de otra manera.
De hecho, en sus documentos de posición, Barcelona en Comú sí plantea algunos cambios de orientación importantes en el funcionamiento del ICUB. Otra cosa sería impulsar el cambio necesario a partir de las lecciones extraïbles del fracaso del Consell Nacional de la Cultura i de les Arts catalán, el CoNCA.
De hecho, en sus documentos de posición, Barcelona en Comú sí plantea algunos cambios de orientación importantes en el funcionamiento del ICUB. Otra cosa sería impulsar el cambio necesario a partir de las lecciones extraïbles del fracaso del Consell Nacional de la Cultura i de les Arts catalán, el CoNCA.
Un Consell de Cultura renovado y auténtico
No existe ningún motivo para no aplicar en Barcelona una versión conceptualmente
pareja pero funcionalmente mejorada del modelo ya pactado entre todos los agentes
culturales para el CoNCA. El CoNCA tenía el mandato de ser independiente y con
poder ejecutivo, beneficiado por la participación de todos los sectores. No
tenía que convertirse en un consejo de personas nombradas a dedo y asalariados,
sino un vehículo para la democratización de la cultura sin renunciar a la excelencia
y la innovación. El Govern actual ha decapitado el proyecto, con el apoyo lamentable
de algunos interlocutores cercanos y el silencio pusilánime de muchos más, culturetes de poca fe. Es por eso
que es el momento de liderar la transformación del modelo de gestión de los
presupuestos culturales desde Barcelona, para así presionar a la Generalitat. Y eso sería perfectamente asimilable
por las fuerzas que ahora gobernarán en Barcelona, ya que fueron ellos que aprobaron
el CoNCA original con más entusiasmo y conocimiento.
Estoy hablando del ICUB como un organismo técnico en apoyo a
la acción ejecutiva de un renovado Consejo.
Un consejo o asamblea de la cultura de Barcelona (Barcelona en Comú habla de una "mesa"),
ampliamente participado, democrático, con cargos rotativos y no asociado a
nombres, sería la manera más lógica de aplicar el valor cultural de lo común al
presupuesto cultural del ayuntamiento. Algo parecido a lo mejor se hará en los
presupuestos de acción vecinal, con la participación de los más directamente
implicados/as en la elaboración de presupuestos en barrios concretos. Lo que haría
un bien diseñado consejo de la cultura es poner la subvención pública del
sector en manos de un marco cooperativo conocedor y competente.
Radical,
pero en la cultura no tanto
Con todo, que a un proyecto manifiestamente radical en
otros ámbitos le ha costado aplicar sus principios de manera
coherente a la cultura no nos debería sorprender. La casi totalidad de los
agentes culturales discursivamente disidentes se tranquilizan--se desactivan--con la
aplicación de subvenciones generosas para sus respectivos sectores y personas, o sea, con
políticas ya no radicales sino afines al centro-izquierda clientelista. La
despolitización efectiva de la cultura—su neutralización social y uso más bien diplomático—forma parte del proyecto
central de la transición española. En los gobiernos socialistas de los años 80
y 90, con el apoyo muy institucional de los sindicatos, existía la voluntad de
construir un estado de bienestar mínimo, con pensiones, salud y educación
pública, con protecciones sociales como el subsidio de desempleo. Pero no había
ningún intento de construir el estado de bienestar cultural. En lugar de ello, pensando
en el arte, se montó ARCO. La cultura socialista se dejó fuera del proyecto socialdemócrata—como
ahora dirían algunos que se han dejado de lado los controles a los partidos y los abusos
y corruptelas. Se limitaron (si los presupuestos astronómicos se podría llamar limitaciones) a la creación de
instituciones de perfil alto para poder asemejarse a los demás estados imperiales
europeos y sus metrópolis capitales.
Estamos diciendo que los mismos que han llegado al poder
a base de criticar el legado de la transición por no ir al fondo en la
transformación de los valores y estructuras del estado, podrían verse limitados aún hoy a
dar un giro cultural a su propio discurso.
(Algunas reflexiones de este texto, sobre todo aquellas sobre la cultura de las personas inmigradas y la reforma del ICUB, se han revisado el día 27-5 a base de documentos facilitados por personas afines a Barcelona en Comú)